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Blog

La vida secreta de UN PAR DE OJOS NUEVOS (primera parte: el texto)

Ellen Duthie

El pasado 14 de diciembre tuvimos ocasión de reunir a los tres autores de UN PAR DE OJOS NUEVOS en la librería Panta Rhei de Madrid para contar el curioso proceso de creación de una obra que se hizo a seis manos y con seis ojos y con paradas en varias ciudades del mundo.

Las personas que pudieron asistir (a pesar del diluvio casi universal que decidió caer poco antes de la hora programada), disfrutaron de una presentación en tres actos, en la que la autora del texto, Ellen Duthie empezó leyendo el libro en voz alta y procedió a contar los orígenes y las influencias del texto, cuya primera versión escribió en 2012. A continuación, la conversación se abrió a Javier Sáez Castán y Manuel Marsol, para contar el proceso de creación de las imágenes. Y por último entró el público con preguntas, antes de firmar, dedicar e irnos a tomar algo para celebrar.

Para las personas que no pudieron estar por la lluvia o por estar lejos, compartiremos en un par de entradas en el blog una mirilla por la que asomarse a la vida secreta de UN PAR DE OJOS NUEVOS:

Visitaremos, en orden alfabético Albarracín, Altea, Cádiz, Edimburgo, Madrid, Valencia y Zagreb.  Albarracin – Zagreb, de la A a la Z.  Aunque, estrictamente, el orden cronológico es otro. Huesca 1964 (Javier). Cádiz 1974 (Ellen). Madrid 1984 (Manuel). De década en década y tiramos porque nos toca. Y nos vamos a Cádiz. 1974. Ese nació Ellen pero en realidad nos interesa más 1979 u 80 quizás, el año de la llegada de su osito a casa, por Navidad, si Ellen no recuerda mal.

Lo cuenta Ellen:

Veis que Arbuthnot, aparte de afectarle un nombre difícil de pronunciar para hispanohablantes, es tuerto. Le falta un ojo. Es medio ciego. ¿O un solo ojo te da más de la mitad de la vista? Yo creo que sí. Si te falta un ojo creo que eres un poco menos que medio ciego o un poco más que medio vidente.

Mi Arbuthnot es un oso feo, duro además, al que habría que haber llevado al sanatorio para que le pusieran un ojo nuevo, pero que ahora ya lleva así al menos 40 años y es probable que ver tanto de repente le podría traumatizar.

Además nos hemos acostumbrado al ojo único, tanto él como yo. Aún lo conservo.

Yo recuerdo, y no sé si es un falso recuerdo, preguntarme por el ojo ausente de Arbuthnott. ¿Adónde fue? No recuerdo haberlo encontrado, ni tenerlo pendiente de coser en ninguna repisa.

Recuerdo también mirar al rostro de Arbuthnot y pensar que desde que tenía un solo ojo me miraba más fijamente. Como si la ausencia del ojo hubiera vuelto su mirada más inteligente, como si se hubiera vuelto más real. Creo que, después de un tiempo, me daba miedo arreglarlo, por si perdía esa mirada penetrante que me ofrecía su único ojo.

¿Y si el cambio le cambia? Pensaba.

Y así se quedó, tuerto, duro, pero simpático y protector. Creo yo.

En Cádiz también, hubo teatrillos con mis hermanos. Poníamos una manta sobre una mesita que había en nuestro dormitorio y llamábamos a nuestros padres, nuestro público, para someterles a obras poco ensayadas y presumiblemente poco o nada estructuradas que, además, duraban lo máximo posible, todo lo que aguantaran los pobres espectadores.

¿Los personajes? Lo que tuviéramos a mano. Nunca marionetas propiamente dichas. Siempre muñecos de su padre y de su madre, sin temor a mezclar un clic de playmobil con un Arbuthnot, o una barriguitas con el zorro Foxy Loxy de mi hermana.

Hubo sobre todo mucho mucho juego inventado, y alguno de ellos muy sostenido en el tiempo.

De hecho, cuando me fui a Edimburgo, a la universidad, muchos de esos juegos continuaron por carta y por teléfono.

En Edimburgo tuvo lugar mi primer encuentro con la paradoja del Barco de Teseo, inicialmente formulada por Plutarco.

Si a un barco se le van cambiando sucesivamente las piezas hasta que finalmente no queda ninguna de las piezas originales, siendo todas piezas nuevas, ¿podemos decir con propiedad que sigue siendo el mismo barco del principio, o se ha convertido en un barco distinto? Si se ha convertido en un barco distinto, ¿cuándo exactamente, en qué punto de la sustitución ocurrió esto?

Otra formulación del mismo problema la hizo John Locke, que propone que imaginemos un viejo par de calcetines favoritos. A uno de los calcetines le sale un agujero, que remendamos, y lo seguimos remendando agujero tras agujero hasta que no queda ningún hilo del calcetín original. ¿Sigue siendo nuestro calcetín favorito o es otro ya, y si es otro, cuándo se convirtió en otro?

El problema se vuelve incluso más intrigante si comparamos nuestra intuición acerca de la sustitución gradual a lo largo de un periodo de tiempo largo con nuestra intuición acerca de una sustitución repentina e inmediata. En el caso en que las piezas de un barco se van sustituyendo una a una a lo largo del tiempo por piezas nuevas, la mayoría de nosotros intuye que se trata del mismo barco. Sin embargo, si tomamos todas esas piezas y hacemos con ellas un barco ahora mismo, no pensaríamos que se trata del mismo barco. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué es lo que diferencia a las dos situaciones?

Y para rizar el rizo e imaginar lo que podría haber detrás de las preguntas de Vinayaki (¿adónde irán mis ojos viejos? ¿Y de Harriet toda la piel? ¿La guardarán?):

¿Qué pasaría si alguien hubiera guardado todas las piezas viejas en un almacén y luego decidiera construir un barco con ellas? ¿Cuál sería el barco original, el que tiene las piezas nuevas o el que se ha hecho con las piezas antiguas?

Ahí dejo eso. Me empezaba a interesar mucho los problemas de la identidad relacionados con el cambio y la persistencia. Son problemas que si bien parecen interesantes aplicados a barcos y calcetines, si los aplicas a personas ya es la bomba.

Entonces, más John Locke, con su teoría de identidad tejida con el hilo de la memoria, mucho David Hume, con su peculiar teoría de la identidad, según la cual el yo es una ficción; lo que llamamos “mente” o “yo”, no es sino un montón o colección de percepciones diferentes unidas entre sí por ciertas relaciones y que se suponen, aunque erróneamente, dotadas de perfecta simplicidad e identidad”. Ni Vinayaki ni Gordon son “yoes” de ninguna clase”. Están peleándose… por nada.

Un chiste que solo comprenderás si has leído el libro :-).

Entonces, el problema de la identidad personal fue una de las cosas que más me interesó en la carrera, como también el problema de los sentidos y de la percepción.

También en Edimburgo fue la primera vez que topé con el problema de Molyneux. El problema se lo formuló en una carta el filósofo William Molyneux al filósofo John Locke. La mujer de Molyneux era ciega.

Supongamos que un hombre nacido ciego, y ahora ya adulto, y que haya aprendido a distinguir mediante el tacto entre un cubo y una esfera hechos del mismo metal y de un tamaño parecido. Supongamos que el cubo y la esfera se colocan en una mesa y el hombre ciego dotado de repente del sentido de la vista. ¿Sería capaz, mediante la vista, sin tocarlos, distinguir cuál es la esfera y cuál el cubo? Molyneux sospecha que no, porque aunque ha adquirido experiencia de tacto para distinguir el cubo de la esfera por cómo afecta cada uno de los dos objetos el tacto; aún no ha adquirido la experiencia de cómo afecta cada uno de esos objetos a la vista.

La identidad y la ceguera (o el efecto de eliminar o añadir sentidos a nuestro sistema de percepciones y acceso al conocimiento del mundo) son dos cosas que me han fascinado desde entonces. Y muchas cosas más, claro, pero me centro en estas dos, que son las que tienen que ver con UN PAR DE OJOS NUEVOS: identidad, ceguera.

De hecho, es curioso, pero una gran parte de las cosas que escribo, incluso cuando no parten de una idea explícitamente relacionada con identidad o con ceguera, acaban siendo sobre eso. Un poco como si esos fueran los dos únicos temas. Como si todo llevara a eso. Es curioso, seguramente me lo tendría que analizar. Pero es así.

En Madrid han pasado muchas cosas. Escribí bastante los primeros años. Una novela sobre una niña ciega y su hermano vidente (no adivino; sino que simplemente, ve) que no está publicada y que ahora que la leo creo que como editora no publicaría yo misma, tampoco. Pero yo lo entiendo como parte de una exploración del tema.  

Pero una de las cosas fundamentales para este libro que pasan en Madrid, tiene que ver con la experiencia de lectura en voz alta a alguien que ya me ha alcanzado en altura pero hace relativamente poco era lo suficientemente pequeño como para sentarse en mi falda. Cuando se lee en voz alta, cuando se comparte la lectura de esa manera, se desarrolla una relación muy diferente con los libros en cuestión. Puedes conocer un libro como lectora, como destinataria única y final, pero cuando lo lees en voz alta y lo compartes y tu compañero de experiencia te comparte su recepción – gracias, Iain-, creo que se vuelve a descubrir el libro, de otra manera. Y a descubrir aspectos literarios que a veces pueden pasar desapercibidos en una lectura más solitaria.

Fue en esta época en la que realmente empecé a leer a Sendak, a Lobel, a Steig, a Javier Sáez Castán de esta manera que permite conocer mejor los entresijos de la construcción literaria. Estoy hablando específicamente de literatura infantil. Yo creo que debo una parte enorme de mi aprendizaje sobre la construcción literaria en álbumes a la lectura en voz alta compartida. Siento que esa experiencia me ha dado un conocimiento que hubiera sido difícil de adquirir leyéndolos a solas.

Los lees una y otra vez, una y otra vez, hasta que algunas de esas estructuras pasan casi a habitarte, a formar parte de ti.

Y una de las cosas que siempre me interesó muchísimo, combinando mis dos intereses, el filosófico y el literario, tiene que ver con los mecanismos de construcción literaria que mejor provocan asombro, sorpresa y preguntas. Donde además, las preguntas sobre el mundo real van muchas veces en paralelo a un descubrimiento, maravillamiento y a un interés en la construcción del mundo de ficción.   

Justo en ese momento coincidió además con mi proyecto de filosofía Filosofía a la de tres, donde compartía libros y otras provocaciones con niños y niñas de preescolar.

En esa época, en torno a 2012, en Madrid, también ocurre Wonder Ponder, o empieza a ocurrir.

Y escribí, casi al mismo tiempo que empezamos a trabajar yo y Daniela Martagón en Mundo cruel, la primera versión de Un par de ojos nuevos.

No muy lejano en el tiempo tampoco Yo, persona, una exploración sobre el tema de… ¡la identidad!

Y tenemos a este Sr Iglesias plasmado por Daniela Martagón que no se parece mucho a “mi” señor Iglesias (me refiero a mi pareja), pero que es interesante, desde luego.

“La optimización total lleva 24 meses, Sr. Iglesias”, dice la doctora, un poco como la mano doctora de Un par de ojos nuevos le dice: “No te preocupes” a Vinayaki en la operación.

“La sustitución es gradual, sección por sección. No se dará ni cuenta".” Como Harriet en Un par de ojos nuevos, ¿no?

¡Ya había hecho Un par de ojos nuevos antes! Estoy siempre con lo mismo.

Ya… pero lo que me interesa es proponer cosas parecidas y provocar preguntas parecidas de distintas maneras. Es interesante cómo opera de manera diferente el mecanismo en la historia de Sr Iglesias que el mecanismo de Un par de ojos nuevos.

Creo que esa es la exploración que me interesa y la que se está trasladando al catálogo de Wonder Ponder.

¿Qué más?

Un par de ojos nuevos, el primer libro de narrativa del catálogo es un homenaje a una época de edición determinada, los años 50 y 60 y especialmente en Estados Unidos, que tiene como culpable principal, no única, a la editora Ursula Nordstrom, editora de Harper Collins desde 1940 hasta 1973, y creadora de la colección I can read books, que dura hasta hoy, pensando en sacar buena literatura para niñas y niños de una edad que, entonces, no estaba muy atendida por el mercado editorial: lectores que acaban de aprender a leer. El primer título de la colección salió en 1957 y fue Little Bear (Osito), de Else Holme-lund Minarik, ilustrado por Maurice Sendak. Diría que Ursula Nordstrom y Sendak son importantes para Un par de ojos nuevos. Esta idea de hacer buena literatura con poco texto, para dar “alimento literario” a lectores y lectoras incipientes.

También nos inspiraron otros libros de Sendak como autor integral: El letrero secreto de Rosie, cuyo tamaño nos pareció especialmente gustoso para esta edad; o el maravilloso Dídola, pídola, pon o La vida debe ofrecer algo más.

Desde ese primer borrador hasta que llegó al buzón de correo de Javier, hubo innumerables reescrituras.

Todo empezó con un breve diálogo-semilla. “Hola, soy yo”. "Encantado, yo también soy yo”.

El núcleo estaba ahí desde el principio. Pero hay cosas curiosas con las que me he encontrado voliendo la vista atrás al preparar esta presentación. En la primera versión veo que el personaje que cambiaba era Arbuthnot/Gordon y que no eran los ojos sino las zarpas. ¡Menos mal que no fui con prisas! ¿Adónde va a parar en términos de perspectiva inquietante un cambio de ojos frente a un cambio de zarpas? Aunque no sé, posiblemente para un oso, unas zarpas poco amenazantes podrían ser incluso más inquietantes que un cambio de ojos.

Ya más en serio, me alegro mucho de que el texto haya reposado y se haya metamorfoseado durante 10 años antes de publicarlo. En estos diez años, poder sacarlo y volverlo a guardar y luego volver a sacarlo y volverlo a guardar, poder compartirlo con Raquel (Martínez Uña)… con Karishma (Chugani), lo compartí durante mucho tiempo… ¡No habría una Vinayaki si no hubiera una Karishma!

Quiero decir, que es bueno, a veces, dejar reposar.

Y, por fin, recuerdo una pregunta de un tal señor Iglesias que fue decisiva para que este libro exista en la forma en que existe. Me preguntó: En tu fantasía ¿quién te gustaría que lo ilustrara? Y yo, descartando a Sendak, Lobel y Steig por fallecidos, dije: ¿Javier Sáez Castán? Y el señor Iglesias me dijo, “¡pues propónselo!” Y eso hice, de manera muy muy tentativa…

Fin de la primera parte.

En la segunda parte, viajamos a Albarracín, a Altea y a Zagreb para conocer los secretos de la ilustración de UN PAR DE OJOS NUEVOS, con imágenes del proceso de creación, referencias y mucho más.